La ola de odio y violencia que se viene desencadenando desde hace un tiempo contra los cristianos de los países musulmanes no supone novedad alguna. Los atentados suicidas perpetrados en nombre de Al-Qaeda contra cristianos iraquíes en octubre de 2010, y contra decenas de cristianos coptos en la Navidad de 2009 y en Año Nuevo de 2011 en Egipto, tan sólo fueron el resultado de un largo proceso de fanatización colectiva y de depuración de los cristianos de Oriente y de África, cuyos episodios más trágicos fueron el exterminio de los asirio-caldeos y de los armenios en la Turquía otomana (1896-1915) y de los cristianos de Sudán (1960-2009). Este proceso genocida se ha incrementado desde la primera década del siglo XXI en todo Oriente Medio, en Pakistán y en el África subsahariana (Nigeria). Lejos de detenerse, es alimentado por la nueva moda antioccidental en el planeta, que considera a los cristianos del mundo entero una quinta columna de los ex colonizadores europeos y de los “imperialista americano-sionistas”.
En la actualidad, la nueva cristianofobia, alimentada por fantasmas xenófobos y demonizadores, que recuerdan los móviles judeófobos, se observa desde Senegal (antaño apacible, hoy amenazado por el integrismo), hasta la zona de Afganistán-Pakistán y de los otros países regidos por la sharí’a, como Arabia Saudita y Somalia. En estos lugares, pero también en las últimas dictaduras rojas neoestalinistas o maoístas del planeta, sin olvidar determinados Estados federados de la India, e incluso algunos países budistas, el mero hecho de profesar la fe cristiana es suficiente para que a uno lo amenacen de muerte, lo encarcelen, lo torturen, lo persigan o, lisa y llanamente, lo condenen a la pena capital por “blasfemia contra el islam”.
Tal y como nos enseñó la Shoah, el genocidio armenio en Turquía, el de los tutsis en Ruanda, o el de las poblaciones negras animistas y cristianas del sur de Sudán, la enseñanza del odio desemboca en cualquier civilización, más tarde o más temprano, en violencia y masacres. Esto significa que el proceso de fanatización colectiva anticristiana inculcado por los medios de comunicación, los discursos políticos, los tribunales o las instituciones oficiales de los países musulmanes, comunistas o asiáticos donde hace estragos esta “nueva cristianofobia”, que consiste en designar a los chivos expiatorios cristianos como “cómplices de los cruzados” occidentales, responsables de las desgracias del resto del mundo, prepara a las conciencias para una nueva “solución final” de la cristiandad de Oriente y del mundo no occidental en general, en cualquiera de los lugares donde florecen las ideologías del odio rojas (comunismos revolucionarios y neoestalinistas antioccidentales), verdes (islamismos sunnitas y chiítas) y pardos (ultranacionalismos tercermundistas de África y de Asia).
¿Por qué Europa ha sido tanto tiempo indiferente a esta realidad? Por desgracia, los cristianos de Oriente tienen pocas posibilidades de entrar en la categoría de “buenas víctimas” para el Occidente descristianizado y políticamente correcto, pues son asimilados de facto, incluso cuando son autóctonos, a una “quinta columna de la Europa postcolonial” o de los “imperialistas americanos”. Los que ven por todas partes “fascismo” e “intolerancia” en Europa, o denuncian el racismo únicamente de los blancos occidentales judeo-cristianos, cuando es algo casi inexistente, deberían insistir por igual en su vigilancia en dirección del odio pregenocida cuyo blanco son ahora los países y las personas asimiladas al diablo occidental por el mero hecho de ser de confesión cristiana.
Obnubilados por su persecución de la “islamofobia”, los nuevos censores antirracistas de las Naciones Unidas, del Consejo de Derechos Humanos (con sede en Ginebra) o de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) no mencionan casi nunca, o minimizan, las masacres de los cristianos de los países musulmanes o del sur. Así, los pogromos anticristianos de los años 90 en Indonesia, que llegaron a más de 100.000 muertos, casi no fueron cubiertos por los medios. En Nigeria, donde se aplica la sharí’a desde inicios del siglo XXI en el norte musulmán, la cristianofobia criminal ha suscitado menos reacciones en el seno de las Naciones Unidas o de las 57 naciones islámicas de la OCI que la expulsión –legal y respetuosa con los derechos humanos– de algunos inmigrantes clandestinos en Francia o en Italia.
Según el autor, el odio hacia los cristianos, constatado por todas partes en el Tercer Mundo no cristiano, y sobre todo en los países islámicos y comunistas, afecta en primer lugar a los europeos, percibidos, quieran o no, como cristianos por los países islámicos, pues está fundado en el odio hacia Occidente y todo lo que representa. Si no se combate en sus raíces ideológicas y religiosas, esta nueva cristianofobia, perdonada en nombre de un exotismo y de una culpabilidad occidental postcolonial, va a cobrarse sin lugar a dudas más víctimas. Y se saldará, tarde o temprano, con la erradicación definitiva de los cristianos de los países musulmanes y de los países no cristianos del Tercer Mundo fanatizados contra la religión del antiguo dominador europeo.
Con su teoría de la “nueva cristianofobia”, Alexandre del Valle quiere sobre todo hacer que se tome conciencia del drama que viven cotidianamente las cristiandades de Oriente y de África, hasta hace poco olvidadas por los Estados y las instituciones internacionales, incluidas la Unión Europea y las Naciones Unidas.
Según Del Valle, la indiferencia de Occidente y de Europa ante la creciente cristianofobia sólo puede ser percibida como un signo de debilidad por los enemigos de las democracias occidentales, en particular por los movimientos islamistas, animados de espíritu de revancha y de sed de conquista. Con las cifras en la mano, el autor expone un panorama inquietante pero lúcido de las persecuciones anticristianas, en constante aumento en el Magreb, en Egipto, en Iraq, en Arabia Saudita, en Pakistán, y en tantos otros países musulmanes, pero también no musulmanes.
Alexandre del Valle recuerda en la primera parte de su ensayo que la violencia anticristiana no ha cesado jamás desde la conquista árabo-islámica del Medio Oriente, que relegó a las cristiandades orientales a un estatuto de dhimmitud (inferioridad jurídica).
Mientras los Gobiernos Occidentales continúan apoyando "mitos" sobre la convivencia pacífica entre judíos, cristianos y musulmanes en el pasado, cierran los ojos ante el sufrimiento de los perseguidos de nuestros tiempos.
Según el autor, el deber de las democracias y de las instituciones internacionales es llevar la problemática de los cristianos de Oriente al corazón de las Naciones Unidas y de las preocupaciones de los Estados del mundo, antes de que sea demasiado tarde, para que al fin se ejerza una decidida presión sobre los países cuyas legislaciones inspiradas por la sharí’a son la primera causa de las persecuciones anticristianas.
Alexandre del Valle, especialista en cuestiones internacionales y profesor de geopolitica en la Universidad de Metz y Sup de Co La Rochelle, ha realizado numerosos artículos y reportajes en revistas de geopolítica (Hérodote, Stratégique, Géostratégiques, Quaderni Geopolitici, Il Liberal, Politique Internationale), o de actualidad política (Figaro Magazine, Figaro, France Soir, La Une, Spectacle du Monde, etc.), teniendo todos sus trabajos, como telón de fondo, los temas de la seguridad europea, el islamismo radical y los totalitarismos. Es autor de numerosos libros sobre geopolítica.
Alexandre del Valle, especialista en cuestiones internacionales y profesor de geopolitica en la Universidad de Metz y Sup de Co La Rochelle, ha realizado numerosos artículos y reportajes en revistas de geopolítica (Hérodote, Stratégique, Géostratégiques, Quaderni Geopolitici, Il Liberal, Politique Internationale), o de actualidad política (Figaro Magazine, Figaro, France Soir, La Une, Spectacle du Monde, etc.), teniendo todos sus trabajos, como telón de fondo, los temas de la seguridad europea, el islamismo radical y los totalitarismos. Es autor de numerosos libros sobre geopolítica.
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