En Arabia Saudí, la cuna de Mahoma, viven más cristianos que nunca, entre ellos cientos de miles de filipinos, buena parte de los palestinos, libaneses, srilankeses e indios que llegan a la península en busca de trabajo en las empresas del país.
Estos inmigrantes son presa fácil para el Ministerio de Asuntos Islámicos, que cuenta con 50 centros y unos 500 empleados dedicados a animar a los extranjeros a convertirse al islam. «He visto numerosos emigrantes filipinos aceptar el islam bajo presión laboral», denuncia en la agencia AsiaNews la enfermera filipina Joselyn Cabrera, que trabaja en el hospital de Riyadh. «Unos meses después de contratarte, tus jefes te dan un ultimátum y te dicen que has de convertirte al islam para conservar tu empleo. Es una elección muy dura», explica.
Joselyn ha visto al menos cincuenta casos de conversiones por presiones en el trabajo. «Incluso a mí me han presionado mis compañeros musulmanes, pero yo siempre les he dicho que permaneceré católica. Hasta ahora no me ha pasado nada», añade.
Además de las presiones, otro de los problemas que pasan los cristianos es que en Arabia Saudí no se permite la existencia de ninguna iglesia. A fecha de 2010 había allí al menos 400.000 católicos, probablemente muchos más, a los que la ley les impide reunirse para rezar, incluso en casas particulares. También es ilegal que enseñen el catecismo a sus propios hijos, los cuales son más de cien mil.
La situación es menos opresiva en los otros países del Golfo Pérsico, donde el proselitismo y la evangelización están penalizados o restringidos, pero se permite el culto cristiano en las iglesias y las casas.
El obispo católico de Arabia, el franciscano suizo Paul Hinder, es pastor de un rebaño de, al menos, 1,3 millones de católicos repartidos por Emiratos Árabes (15 parroquias), Bahrein (1 parroquia), Qatar (2 parroquias), Yemen (4 parroquias) y Omán (4 parroquias). Para ello, cuenta con 40 sacerdotes, la mayoría de ellos filipinos, indios y cingaleses.
El obispo de Kuwait Camillo Ballin, cuenta con diez curas para atender a unos 160.000 católicos con misas en árabe (para libaneses y palestinos), en tagalo (para filipinos), y en malalayam, tamil, konkani y cingalés para los indios. En la liturgia, los libaneses usan a menudo el rito maronita y los indios el rito siromalabar y el siromalankar. En cuanto a la vida religiosa, además de los franciscanos, siempre ligados a Tierra Santa y Oriente Medio, abundan las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa. Sólo en Yemen, las monjas del sari blanco tienen cuatro casas.
La mayor parte de los católicos del Golfo viven en Arabia Saudí, una teocracia donde el Corán y la Sunna (Tradición) son, oficialmente, la Constitución del país. Si llegase la libertad religiosa este país, cientos de miles de cristianos, quizá millones, podrían hablar y testimoniar sin miedo a represalias, tanto a la población nativa como a sus compañeros inmigrantes.
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